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El velo en las aulas

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La mitad de colegios e institutos de Madrid prohíben el velo

Educación rechaza regular el 'hiyab' en clase y deja elegir a los centros

Casi la mitad de colegios e institutos de Madrid prohíben el velo  (Imagen: JJ Guillén / EFE)

Algunas de las cuatro menores que han decidido llevar 'hiyab' en el instituto de Pozuelo. (Imagen: JJ Guillén / EFE)

 

Las connotaciones que acompañan al velo llevan a contemplar a éste, por lo menos, desde la cautela. Tras él persisten la discriminación sexual y la subyugación de la mujer, consecuencias, sin duda, propiciadoras de injusticias. Concebir a la mujer como la reencarnación del pecado, como esa tentación insoportable que debe permanecer escondida bajo ropajes para ser ofrecida sólo al que será su señor y dueño absoluto, quedó en los peores siglos de Occidente.

 

Para las mujeres de la postmodernidad permitir el velo en las escuelas es un paso hacia atrás intolerable, aun desde el respeto que se nos exige a personas educadas en la tolerancia, no deberíamos posicionarnos en la ambigüedad ante los derechos de la sin razón, teniendo en cuenta  que llevar el velo o no también depende de la manipulación familiar ejercida sobre niñas todavía inmaduras, en proceso de formación.

 

Es deber del extranjero adaptarse al país de acogida. Se procede a ello cuando mujeres occidentales viajan a países islámicos y se ven obligadas a ponerse el velo en los lugares públicos que así lo requieren. Y es deber del país de acogida mantener firme su orden, cuando exigencias extrañas atentan contra logros conseguidos por su sociedad porque también puede ser irrespetuoso para las mujeres no islámicas, la visión de un velo que amordaza algo más que el cabello.

 

 

 

Topando con curas

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El Padre Jony oficia la primera misa rockera en la catedral de Tortosa

Los responsables de la ceremonia perseguían atraer a los más jóvenes al templo y despertar su interés por la figura de la patrona de la ciudad (La Vanguardia 09.04.10)

 

En una reciente conversación con un joven cura le decía que la Iglesia necesita un buen marketing que la actualice, él asintió. Debido a la excelente predisposición que mostraba continué con la posibilidad de que se casasen los sacerdotes, me contestó con dulce ironía que mejor no tener un cura en casa, ya no seguí el tema con las mujeres sacerdotes. El lenguaje arcaico, la historia eternamente contada, su alejamiento de los intereses sociales, hace del discurso religioso, hoy en día, algo tremendamente aburrido.

 

El esfuerzo que realiza el Padre Jony, incluso desde mi punto de vista de agnóstica, es como mínimo loable. La falta de vocaciones y las últimas noticias sobre reprobables actuaciones de sus miembros, índica el nido en que hasta ahora se había convertido este colectivo, perdiendo la oportunidad de ejercer el equilibrio que debiera en la sociedad. La actitud poco abierta a los problemas reales, la majestuosidad desfasada de los ropajes, las rutinarias ceremonias, el sobado mensaje, ha hecho que la ciudadanía se aleje y busque otro tipo de salidas a sus inquietudes espirituales.

 

Mi admiración grande a los que llenos de fe eligen el camino del sacerdocio, a pesar de que ya el temor al infierno no se sostiene y de que el cielo esté lleno de dioses metálicos llamados satélites que nos vigilan porque debe ser terrible imaginar, al final de una vida, despertar de pronto a la frustración de haberla desperdiciado.

El chip

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El Clínic instala un sistema de radiofrecuencia que identifica y localiza a sus pacientes.

El nuevo sistema, pionero a nivel internacional, pretende mejorar la seguridad clínica de los enfermos. Barcelona. (EFE).- Las áreas de Cirugía Mayor Ambulatoria (CMA) y de Cirugía de Corta Estancia (CCE) del Hospital Clínic de Barcelona han instalado un sistema de radiofrecuencia instalado en una pulsera para identificar y localizar en todo momento a los pacientes de esta zona, que es pionero a nivel internacional. (La Vanguardia 08.04.2010)


Que incorporen una pulsera con chip en un hospital afianza la sospecha sobre sólo ser un número, el código de barras amenaza, implacable, a la humanidad. Aceptado el número del DNI, la tarjeta sanitaria, la de crédito..., habría que rebelarse contra los medios de control que disminuyan cualquier tipo de libertad, ya sea, incluso, la de ir al retrete. Son pequeños pasos de avance lo que intentan, siempre en aras de nuestra mayor seguridad y siempre con el temor por delante: así, a usted, no le harán una transfusión que no corresponda con su grupo sanguíneo o no le administraran un medicamento al que es alérgico, incluso no será intervenido del escroto si viene con una apendicitis. No podemos hacer otra cosa que darles las gracias y rezar para que el sistema informático no se bloquee o tenga un virus y acabemos en una operación de cambio de sexo en vez de en la extracción de la muela.  

 

Hay algo indigno, lisonjero, en la sustitución del nombre por un número, se pone de manifiesto en las cárceles, en la guerra, en los campos de concentración, parece la obsesión básica de cualquier tipo de autoridad: la de anularnos y tenernos controlados, la de hacernos sentir presos, elementos nacidos para su entera disposición. Son incorporaciones sibilinas, imperceptibles, que ahuecan la conciencia para que un día aceptemos con normalidad, para estar más seguros, que nos incorporen un chip desde el nacimiento en la mismísima nuca, igual que a los canes.

 

 Entonces, sabrán en todo momento por qué calle transitamos, a quién besamos, qué decidimos..., y cuando el pensamiento no proceda, me atrevo a aventurar una pequeña descarga eléctrica en el cerebro que nos devuelva al orden. Entonces caminaremos con mueca complacida, los ojos perdidos, tranquilos por vivir en una democracia que cuida de nosotros, viviendo en los sueños cuando éramos algo más libres. 

Nuestra mocedad

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Día Mundial de Guerra de Almohadas

60 ciudades del mundo celebran simultáneamente esta original iniciativa. Prepárense porque en Barcelona se ha declarado la guerra. Eso sí, de almohadas. Esta es la única arma válida.  La Plaza Catalunya ha quedado invadida por las plumas, y no precisamente por las de las palomas. 60 ciudades del mundo han celebrado simultáneamente esta guerra de almohadas. (Agencia Atlas)

Es desde la ventana de mi medio siglo que contemplo sorprendida el paisaje de este mocerío y no quisiera, como empieza a corresponder a mi edad, caer en la fácil critica de los cachorros de mi especie. Pero un instinto rayano a la cordura me vibra cuando leo sobre el famoso juego de las almohadas, primero por lo infantil del acontecimiento del todo ridículo, segundo por la buena acogida de los medios de comunicación que, sonriéndoles la gracia, recogen la noticia autocomplacidos, dejando al espectador adulto inmerso en la sorpresa y sin margen de reacción.

 Debe de ser la adoración social a la mocedad, el corrimiento de valores apostada en esa etapa de la vida, la que nos hace perdernos, y reacciono, no sin esfuerzo, a esa manipulación amparada en el raciocinio de los años cuando ya sabe uno que no es inmortal. Deduzco que es porque se ha alargado la infancia, quizás, desde los cero hasta los cuarenta años y en periodo tan largo es normal que, aburridos, hagan estos juegos y otros como el botellón, teniendo en común los dos, la toma de las calles y sus posteriores residuos.

 No tener que salir en busca de alimento, extremadamente protegidos por progenitores de laxa autoridad y una sociedad adoradora del sagrado oro juvenil, provoca que a esta generación malcriada le adorne una aureola bobalicona y, convertida en una tierna masa de fácil manejo, sea bocado preferido del poder. Como siempre se cometen injusticias al hablar de un colectivo, salvemos de entre ellos a honrosas excepciones, observadas por sus coetáneos como bichos raros fuera de su tiempo.    

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