July 2010 Archives

Vacaciones

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Es momento de partir, son unas modestas vacaciones entre montañas, me marcho lejos de mi lugar habitual y no quiero llevar conmigo más que una pequeña maleta con cuatro vestidos, y el cepillo de dientes. Necesito desprenderme de todo aquello por lo que tanto he luchado: una casa, un trabajo, una familia..., pequeños tentáculos que tienden a enrollarse en los cuerpos sin dejar respirar. No quiero cosas materiales, nada; deseo estar a solas con mi corazón, preguntarle, sin interferencias, qué quiere de verdad de esta vida, qué le hace feliz, qué deseos inconfesables oculta, cómo distribuir los años que me quedan. Me gustaría andar desnuda entre peñascos, ¡oh! sí; libre de obligaciones, de lazos, de conexiones, de móviles... El cielo, el bosque, el río, el silencio, el viento, el sol... Sin anuncios que me digan qué debo comer para no engordar, ni me susciten complejos o ansiedad de poseer compulsivamente; sin billetes a azulinas aguas tropicales; sin coches híbridos de exuberante tapicería; sin necesidad de tener tetas siliconadas ni neumáticos labios para pertenecer a mi tiempo. ¡Oh! sí, libre, libre, unos días.

Y cuando me encuentre a mí misma, allí, sola, desconectada de la civilización, sin horarios ni nadie a quien darle los buenos días, entre la inmensidad de la nada, rodeada de abetos y altas montañas, espero no descubrir dentro de mí a una extraña con la cual aburrirme.  

Banderas

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  Cuando veo ondear las banderas españolas en los estadios de fútbol del mundial 2010 no puedo controlar el escalofrío  de terror que recorre mi cuerpo. Pero a continuación una pequeña alegría asoma a mi corazón, cuando, expectante, compruebo que la bandera ya no tiene las connotaciones de años remotos y así lo quiere demostrar quien la ondea porque la exhibe nueva, con un toro paciendo en un campo rojigualdo, sembrado de trigo y amapolas, alimentado de un subsuelo abonado con muertos. Renace la esperanza para un país cuando sus símbolos aportan dignidad, el cobijo de una sombra fresca que aúne raíces, más si la tierra merece la pena, y  la nuestra, bien situada en el planeta: ni muy al Norte ni muy al Sur, donde si cae una lágrima al día siguiente nace un pepino, está llena  de sol y paellas; de playas y montañas, de chascarrillos y gente de buen carácter donde lo único que sobra son los hambrientos de riquezas que llegan al poder, esos ambiciosos capaces de mermar la ilusión de sus paisanos, de ofrecer ejemplos sin ética, de propiciar la pereza y la anulación de las personas para seguir ellos en perpetuidad.

 

   Empiezo a olvidar el miedo que supuso identificar nuestros símbolos con la crueldad, me gusta la nueva sensación de pertenencia al grupo sin tener que ser una esclava política; aunque en algunos rincones de España, los que gobiernan se resistan a sus colores, cuando el pueblo llano puede, explota, espontáneo, con aquello que de verdad lo identifica y le hace sentirse parte y orgulloso de donde ha nacido. Verdad, es, que las decepciones amansan y donde crece la apatía se permite la inutilidad, pero también la indiferencia hacia los discursos manipuladores es un arma nada desdeñable de la que se debería tomar nota, aunque sólo fuera por el espectáculo en el exterior cuando nadie va a votar.

 

   Sin dejarme invadir por la desesperación, más bien la rabia, y sabiendo que el camino es largo, espero ver un día otro talante que represente mejor el verdadero sentir de esta tierra llena de gente capaz, con mínimas circunstancias, de ser los mejores no sólo en el deporte.

 

 

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