Cuando veo ondear las banderas españolas en los estadios de fútbol del mundial 2010 no puedo controlar el escalofrío de terror que recorre mi cuerpo.
Pero a continuación una pequeña alegría asoma a mi corazón, cuando, expectante, compruebo que la
bandera ya no tiene las connotaciones de años remotos y así lo quiere demostrar
quien la ondea porque la exhibe nueva, con un toro paciendo en un campo
rojigualdo, sembrado de trigo y amapolas, alimentado de un subsuelo abonado con
muertos. Renace la esperanza para un país cuando sus símbolos aportan dignidad,
el cobijo de una sombra fresca que aúne raíces, más si la tierra merece la pena,
y la nuestra, bien situada en el
planeta: ni muy al Norte ni muy al Sur, donde si cae una lágrima al día
siguiente nace un pepino, está llena de
sol y paellas; de playas y montañas, de chascarrillos y gente de buen carácter
donde lo único que sobra son los hambrientos de riquezas que llegan al poder,
esos ambiciosos capaces de mermar la ilusión de sus paisanos, de ofrecer
ejemplos sin ética, de propiciar la pereza y la anulación de las personas para seguir
ellos en perpetuidad.
Empiezo a olvidar el miedo que supuso
identificar nuestros símbolos con la crueldad, me gusta la nueva sensación de
pertenencia al grupo sin tener que ser una esclava política; aunque en algunos rincones
de España, los que gobiernan se resistan a sus colores, cuando el pueblo
llano puede, explota, espontáneo, con aquello que de verdad lo identifica y le hace
sentirse parte y orgulloso de donde ha nacido. Verdad, es, que las decepciones amansan
y donde crece la apatía se permite la inutilidad, pero también la indiferencia
hacia los discursos manipuladores es un arma nada desdeñable de la que se debería
tomar nota, aunque sólo fuera por el espectáculo en el exterior cuando nadie va a votar.
Sin dejarme invadir por la desesperación,
más bien la rabia, y sabiendo que el camino es largo, espero ver un día otro
talante que represente mejor el verdadero sentir de esta tierra llena de gente
capaz, con mínimas circunstancias, de ser los mejores no sólo en el deporte.
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