Un lector:
Supongamos que yo voy en ese tren ¿de verdad me echaría en
cara que, aún mordiéndome los nudillos, no me levantara de mi
asiento?
Posiblemente usted sepa tan bien como yo lo que ocurriría si me
levantase y la emprendiese a leches con los niñatos hijoputas:
maltrato a menores, manifestaciones feminazis por el encarcelamiento de
un macho adulto agresor que ha golpeado a 3 inocentes niñas... En el
mejor de los casos, juicio, gasto en abogados, dudas sobre mi persona.
Insisto: estimo sus buenos sentimientos pero no están los tiempos para
Quijotes.
Al
escribir el comentario tuve presente, solapadamente, lo que usted me plantea. ¿Sabe?,
lo dejé de lado, me planteé qué queda si la tribu a la que perteneces ya
no te defiende. Los búfalos, cuando uno de sus miembros es atacado por un
depredador se arremolinan entorno a él para amedrentarlo, para que
suelte la presa. Si no, de qué me sirve vivir en sociedad. La individualidad
está tomando un cariz peligroso, insolidario, despreocupadamente especializado,
es decir: «Eso no me corresponde a mí sino a la policía, para eso pago mis
impuestos», podría haber añadido perfectamente. Es verdad que el marco jurídico
ayuda bien poco, porque además, los bárbaros, también tienen cobertura, pero
eso tampoco es inamovible ni debe formar parte de ninguna excusa moral, más
bien es una consecuencia de la falta de exigencia del colectivo. Es la
pasividad del grupo el que hace crecer a los enemigos del mismo, a los
marginales y a los legales. Pero no es
eso, mi querido amigo, no es eso, hay que levantarse del asiento con la
esperanza de no ser el único que lo va a hacer, que otros inmediatamente seguirán
la iniciativa, la única manera de que la fuerza del grupo se manifieste,
no sólo por actitud moral o de injusticia o por espíritu de colmena, sino
por supervivencia, porque hoy le ha tocado a ella y otro día me puede tocar a
mí, a mis hijos, a los suyos..., y si el grupo no se mueve, algo grave está
ocurriendo. Y, mi querido amigo, quizás prefiera poner en peligro mi vida por
una persona que tengo ante mí, a pocos pasos, cuando me salpica su sangre y
oigo sus gemidos, que, a lo mejor, por una bandera, algo más abstracto,
lejano, que no tiene venas por donde corre la sangre y de fácil
manipulación por los mandatarios de turno. Esa debería ser la única
individualidad de moda, la rebeldía propia que nos mantiene vivos, conscientes
de Ser. Son en estos tiempos de relajada conciencia cuando más se necesitan
quijotes.
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