Benedicto XVI denuncia que existe una
hostilidad a la fe, afirmó que la sociedad actual no ayuda a discernir
entre el bien y el mal y a tener un sentido del pecado (
Debe ser irregular y acaracolada la frágil
línea que divide el bien del mal, como si uno naciera del otro en estrecha
dependencia, algo así como el Yin y el Yang o el día la noche. La permeabilidad de esa membrana permite
hacer incursiones a un lado o al otro casi sin esfuerzo, mantenerse en la
minúscula franja del equilibrio es sin duda un trabajo extra para la energía
vital. Parece que permanecer demasiado tiempo en el grado máximo en una de las
dos partes, por comodidad, por interés o por ser más afín uno a cualquiera de
las dos naturalezas, es decir persistir en la bondad pura o la maldad máxima,
se somete al alma a la corrosión propia de los extremos.
Si la irrupción en la maldad o bondad es
comedida, existe camino de regreso al equilibrio con el alma indemne, con la
voluntad neutral, con la conciencia serena, lista para decidir el próximo
movimiento. Estás avanzadillas de idas y venidas corren un riesgo: perder tras
de sí el punto de equilibrio debido a la falta de referencia, llamado por
algunos Dios. El bien y el mal relativizado se convierten en un conglomerado
sin fronteras, ¿cómo saber en qué lugar estamos?, ¿cómo saber distinguir el camino?,
¿cómo saber lo que somos? A lo mejor la respuesta está tan cerca que no la
vemos, cuando alejados del equilibrio nos perdemos sobre las cuestiones que nos
atañen, una buena decisión sería la que menos coarte la expectativa de
felicidad de los demás, ese punto de referencia coloca a los dioses del mundo
en cada uno de nosotros, sin necesidad de intermediarios.
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