Es tan frágil el engranaje, a pesar de la aparente
robustez, que una suave cuña viene a desmontarlo. La noticia, una gran nevada
anunciada de menos de un palmo. A medida que los suaves copos descendían y se
colaban entre las poleas dentadas y los tornillos del monstruo, éste se iba
colapsando poco a poco, primero sus esfínteres, después la circulación, su
corazón de plaza, sus extremidades ferroviarias y por último el adormecimiento
cerebral por la parálisis del día siguiente, un descanso inesperado, acogido
con cierto júbilo. No está preparado el monstruo para algo venido del cielo que
no sea el sol y sueña en su letargo con la arena caliente, y la espuma marina
que en breve disfrutará antes que otros. Subyace en su corazón, cuatro pisos
más abajo, la responsabilidad, el sacrificio, la laboriosidad que otros
monstruos de otras tierras, acostumbrados a las inclemencias de un tiempo más
norteño, ubican en el primer piso. Esa es su debilidad y su encanto. Una
sonrisa nacida de las siestas y del privilegiado clima que disfruta es
su tarjeta de presentación, mientras otros, más hacendosos, a través del
esfuerzo, articulan mejores engranajes que les permiten adecuarse al medio.
Piensa nuestro monstruo que eso no lleva a la felicidad, aunque sí al orden, el
que se necesita para que crezcan sus hijos y su pensamiento. En el fondo sabe de
su fragilidad disfrazada de alegría contagiosa y que no tiene remedio, y reza
para que nada cambie y no se llenen las
nubes de demasiada agua o nieve y siga saliendo el sol en su tierra.
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