Para saber dónde nace la xenofobia quizás habríamos de mirar en lo más profundo de nuestro ser. La primera lección que nos enseñan de pequeños es no hablar con extraños, porque éstos pueden ser, en potencia, nuestros depredadadores. Lo mismo sigue en los cuentos, el lobo oscuro y diferente de temibles colmillos, capaz de un zarpazo aniquilar a una tierna criatura.El miedo tiene su importancia para la superviencia, gracias a él desconfiamos de los peligros, es una emoción especial que incita a las suprarrenales a segregar la adrenalina suficiente para obtener la fuerza de huir o luchar para defendernos. El mensaje de lo diferente: la piel oscura, los ojos rasgados, el acento, las costumbres, nos pone en alerta, se reproduce la inquietud, el miedo al otro, al que competirá por el alimento, por el bienestar que cualquiera en su lugar buscaría, y la adrenalina, por fin, mal gestionada, se convierte en odio.
Independientemente de la mala gestión que hacen los gobiernos con la entrada de inmigrantes, quizás, desarrollar la tolerancia desde párvulos, nos abriera un paisaje en el que la alteridad recuperase su antiguo privilegio de espectáculo para disfrute de todos, y el miedo, por fin, estuviera colocado en su justo lugar.
Independientemente de la mala gestión que hacen los gobiernos con la entrada de inmigrantes, quizás, desarrollar la tolerancia desde párvulos, nos abriera un paisaje en el que la alteridad recuperase su antiguo privilegio de espectáculo para disfrute de todos, y el miedo, por fin, estuviera colocado en su justo lugar.
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