Mi hijo tiene veinticinco años y se levanta cualquier día de la semana a la una del mediodía, al principio tenía largas discusiones con él sobre su futuro: "Si no encuentras trabajo, al menos estudia algo para el día de mañana", le decíamos tanto su padre como yo. Las continuas malas caras, los portazos y las contestaciones subidas de tono nos han hecho rendirnos, que sea lo que Dios quiera. Los fines de semana, tras extorsionarnos, se va de marcha, como él dice, y aparece por casa en la amanecida del domingo, el resto de noches navega por internet hasta las tantas.
Aún recuerdo cuando a los quince años me pidió que le comprara preservativos porque las chicas le iban detrás y tenía que cumplir con las demandas, para esto siempre ha sido muy hombre, y comparando generaciones, su padre y yo, nacidos en los sesenta, no tuvimos relaciones sexuales hasta los dieciocho años, comprando yo los anticonceptivos a escondidas. A los dieciséis años ya estábamos trabajando y estudiando a la vez, por eso hemos conseguido crear un hogar, pagar una hipoteca y vivir de nuestro trabajo.
A pesar de la crisis, la novia mantiene su empleo de cajera en el Mercadona, no sé cómo la aguantan porque más de un lunes no se ha presentado a trabajar aduciendo migrañas, por cierto, ocasionadas por los botellones de turno que se meten en las plazas de los pueblos. Yo le digo a mi marido, cuando me encuentro alguna de sus bragas tiradas, que ahorremos sin que se enteren y nos fuguemos. De meter el dinero en el banco nada porque no me fío de esos buitres financieros ni del niño, que mira las cuentas por internet. "Esta generación no nos va a pagar las jubilaciones" le digo. Y no sé si serán manías mías, pero para mí que traman algo. "Mira que si nos asesinan para quedarse con el piso", "no mujer", me contesta mi marido, "lo que harán es juntarse y venir a vivir con nosotros", ¿quién si no les va a cocinar, limpiar, lavar la ropa y pagar los gastos de la casa?, mientras podamos hacer eso, estaremos a salvo.
Si digo que no me preocupa el niño es mentira, ya decía el abuelo, mi padre, que hemos trabajado y sufrido tantas carencias que estos hijos han salido cansados, la vida que les ha tocado no les ha hecho exigencias de supervivencia, reconozco que son las malas hierbas del estado de bienestar. Sin embargo, ahora me he relajado un poco desde que puedo decir que mi hijo forma parte de un grupo aceptado socialmente, ya no me da tanta vergüenza que ni estudie ni trabaje, sonrío resignada y digo que el niño es un "Nini", pero, la verdad, no sé cuándo, cómo ni quién lo ha hecho.
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