Ha
sido la Razón
la que te ha desechado, no mi debilidad ni el miedo, que siguen siendo tuyos. Ella,
la Razón, es la
culpable de que ya no observe el mundo desde tu ojo, de que lance la mirada
dentro, contra mí misma. Sin tu atalaya los caminos crecen en las ramas y mi tener
que elegir se bifurca hacia la ambigüedad infinita del caos humano. Y veo, más
que nunca, fundirse en el horizonte el bien y el mal, el sufrimiento y el
placer, mientras los mares señorean verdes relativos donde flotamos desorientados
náufragos.
Pero
la Razón ha
encontrado la manera de discernir la bondad de la maldad sin ayuda del cielo,
el marco de referencia es el que está fuera de mí; ése que como yo existe
porque me mira y nos miramos, y es su mirada la que certifica mi existencia
como un espejo que me remite a mí misma y me recuerda quien soy. Será a él a
quien deba mis juicios y al que respete sin que intervengas.
Dios, el Universo no es más que una
confluencia de átomos de combinaciones químicas, tu recompensa del cielo se ha
esfumado junto a la amenaza del infierno, y aunque se te olvidó que el fin del
hombre es la felicidad, no el temor, quizás ahora, solos, frente a nuestra
Razón, esta sublimación del imaginario público que eres tú, un día la echemos
de menos.
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